3 de agosto de 2013

Niebla londinense

Palabras, palabras, palabras. Todo empieza y acaba con ellas. Dominarlas es un arte, dejarte dominar por ellas una constante. Mi historia no es distinta, empezó con una conversación inofensiva y se extendió como el incendio más violento que se haya visto jamás. Siempre hay alguna mujer que te hace suspirar, que te quita el sueño, que inunda tus pensamientos y que es la fuerza motriz de todas tus palabras. Siempre hay esa persona que sin darte cuenta acaba formando parte de tu vida, adueñándose de una parte de ti que creías inexistente y que cuando se va, te enseña el dolor del vacío y el olvido. Y las palabras, siempre esas palabras que antes creías tus aliadas ahora se vuelven dagas envenenadas.

Y poco a poco las hojas de tu alma van cayendo, el árbol se marchita y el tronco se pudre. Ya no hay sombra que te de cobijo ni árbol que de fruto. No queda nada, tan solo el recuerdo de lo que un día fue y el eco cada vez más débil de algún te quiero tiempo atrás pronunciado.

Más despacio aun vas empequeñeciendo, te pierdes, me pierdo y no sé dónde volver. No sé dónde ir ni a quién acudir. Las mismas palabras que son capaces de desgarrar el alma podrían curarla de nuevo pero, aparentemente, la fuente se ha secado. Ya no manan caricias de tu boca, solo olvido, silencio y nada más.

Sentado en la oscura habitación sueño, espero y busco la manera, busco la palabra, busco, tan solo te busco a ti y a esa llama que parece que has olvidado. Éramos eléctricos, nos daba igual el frio, la madrugada, la nieve, la lluvia o el tiempo. Nuestras palabras se encontraban las unas con las otras y de ello vivíamos. Nacieron caricias, pasiones y quiero creer que algo de amor hubo. Me gustaría dejar de soñar que aún sigue ahí.

Siempre acabo, siempre, con la esperanza de los locos. Como si de la mirada de un mártir se tratara, encomendándome a Dios y esperar un milagro con cada nuevo día. Salir cada mañana de la cama es como un salto de fe, porque la fe es lo único que me queda ahora. Fe en mí, en ti y de lo que somos capaces. Quiero más amaneceres a tu lado, más susurros al oído, tus risas, las mías, estar debajo de las sabanas hasta el mediodía. Te quiero a ti, tan sólo pretendía que fuéramos felices y creí poder dártelo pero ahora cielo, las dudas son tus compañeras de viaje y yo me siento, sueño y espero sin saber qué hacer para que mires atrás porque con cada paso muero un poco más.