12 de septiembre de 2007

La agonía de mi abuela.


Era tarde, yo estaba jugando a la consola, cuando empezó todo. Dolor en el brazo izquierdo. Le estaba dando un infarto. Mi madre, rápidamente me cerró la puerta y le sujeto la mano con firmeza. La escuche chillar, decir que se moría. Y seguí jugando. Pronto llegaron las sirenas los médicos, Luego nada, el silencio, su cama vacía.


Recuerdo que así empezó todo, aun no era consciente de que iba a morir, no podía, era demasiado pequeño. Los días iban pasando, y a escondidas, escuchaba a mi madre hablar y a mi padre sufrir en silencio. Se podía respirar la tensión en el ambiente, era sofocante. Pero aun no estaba todo. La morfina irrumpió en la vida de mi abuela como una espada de doble filo. Primero fueron los parches, o eso decían, no le hacían nada, ya se los había puesto antes en casa, y no hacían nada. Luego las pastillas, morfina para digerir, que la dejaba tranquila, pero iba acortando su vida paso a paso, minuto a minuto, se dejaba ver en su cuerpo. La piel rozaba sus huesos, se convirtió en una mujer menuda, pálida, y triste, que en su sueño lloraba por su marido muerto.


Las pastillas no sirvieron de nada, solo hicieron que horas antes de que se la inyectaran pudiera hablar con su hijo, mi padre, con total claridad, el último soplo de vida antes de la muerte, ya próxima a ella. No se lo que se dijeron, pero supongo que mi padre estuvo contento de poder oírla, supongo.


Llegaron las agujas, se fue el dolor. Se la podía oír, su respiración era rasposa, sin fuerzas. Era la señal. No recuerdo cuando lo supe, cuando se murió, se que fue un febrero. Y que yo estaba en la escuela, ya me recupere de una enfermedad que contraje.


Otro funeral sin soltar una lagrima. Estaba en primera fila, al lado de mi hermana mayor, mirando su ataúd, era precioso. Quizás, mientras oía la misa fúnebre empecé a recordar. Los meses anteriores habían sido muy duros, hicieron mella en mí, tuve que cuidar de una mujer moribunda, triste, desolada, a una edad demasiado temprana como para asumir una responsabilidad así. Pero no había mas gente, tuve que oírla llorar, hablar con mi abuelo muerto por las noches, rezar, sufrir, ver como era incapaz de valerse por si misma. Hasta se desvaneció en mis brazos.


Quizás, por todo lo vivido ahora soy como soy, será eso.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Las lágrimas que no se derraman en su momento, nos acaban ahogando cuando menos los esperamos.

A mí también me pasa, y cada día me arrepiento un poco más de ayer.

Fui a ver a mi abuela el viernes pasado. Lo malo es que ella ya nunca dice nada.

Hace tres años que murió.

Un saludo pastorcillo ;)

Anónimo dijo...

es duro perder a alguien a quien amas, pero mas duro es saber que esa persona todavia vive y que no quiere saber nada de ti.....

Anónimo dijo...

es triste llorar, es triste sufrir, pero aun es mas triste akordarse de kien no se acuerda de ti

Anónimo dijo...

Si lloras por haber perdido el sol... las lagrimas te impediran ver las estrellas.
^^

sergio paterna crespo dijo...

Tampoco lloré a mi abuela el día de su funeral. Pero la he llorado muchos días años después. Recordandola cada vez que voy a clase (vivía al lado de la EOI). Me arrepiento de no haberla ido a visitar más a menudo ("me aburro", le decia a mis padres, me arrepiento tanto... Y lo único que puedo hacer es eso... Llorarla en secreto, mirando viejas fotos,ecordándola llena de vida, cuando, a veces, de pequeño me quedaba en su casa con mi tío. He aprendido a vivir con ello, si duele, pero cada vez menos.