La
primera vez que la vi ella se sentó delante de mí. Me pasé la noche entera
hablando por los codos y preguntándome cómo apareció ahí en ese momento y en
ese lugar. Supe desde aquel momento que me había enamorado de ella. Al momento,
sin más. Su presencia, su voz, sus palabras. No supe nunca como lo hizo, nunca.
Pero pasó.
La
primera cita fue en un restaurante de fideos japoneses. Era la segunda vez que
la veía y ahora estaba sobrio. Estaba nervioso. Me pasé toda la cena hablando
sin parar y leyendo la carta una y otra vez intentando descifrar caracteres que
no había visto en mi vida. Pero a ella parecía gustarle, sonreirá, me miraba a
los ojos.
Se
sucedían las tardes y las noches. A menudo me reñía porque me quedaba mirando
al vacío y parecía no escucharla. Lo que ella no sabía era que cuando se me
perdía la mirada era porque en mi interior me debatía en si debía besarla o no.
Eran días maravillosos. Frío, encuentros breves pero suficientes para sentir su
calor.
Recuerdo
verla aparecer con su abrigo y muerta de frio y aun así, pasar horas abrazados
en la calle. Todas las veces que le hice llegar tarde. La manera en que decía
mi nombre y como se reía de mí. Esa mancha en el ojo que me encantaba. La
suavidad de su piel, la manera en que el piercing de su labio acariciaba el mío.
Esa sonrisa que se dibujaba en su rostro cuando me veía bajar por la escalera.
Pasó
el tiempo. Las cosas cambian así como los sentimientos. Hay tantos recuerdos,
tantos. Pequeñas joyas incrustadas en el alma que nunca dejan de brillar.
Conocí el calor del hogar. Por primera vez en mi vida, por primera vez pensé en
no marcharme a otro lugar. Encontré y conocí la sensación de mirar atrás. Las
ganas de emprender un viaje pero regresar, a su lado. Quería volver y compartir
con ella todo lo vivido, supe lo que significaba tener a alguien. Nunca entendí
bien esa sensación hasta que llego ella y me lo enseñó. Crecí, crecí mucho.
Pero
el tiempo siguió pasando. Ahora vuelvo a estar por mi cuenta. Ya no sonríe cuando
me ve ni me besa cuando se va. El frio sólo trae recuerdos de lo que un día fue
maravilloso. La esquina donde nos besamos es solo un lugar más lleno de
recuerdos. Ya no hablamos hasta altas horas de la madrugada ni planeamos
abandonar el mundo juntos. Ya no queda nada.
Piensas
en ella, en ese vació que lleno y que a pesar de que ya no está, sigue ocupado
por su presencia y sus recuerdos. Las ganas de verla, de pasar tiempo juntos.
Cerrar los ojos como un niño y desear que todo esto solo sea una pesadilla
pasajera. Ella me hacia sonreír y yo, yo lo único que quiero es hacerla sonreír
otra vez.
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